Siendo antiindividualista, el sistema de vida
fascista pone de relieve la importancia del Estado y reconoce al individuo solo
en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado. […] El
liberalismo negó al Estado en nombre del individuo: el fascismo reafirma los
derechos del Estado como la expresión de la verdadera esencia de lo individual.
La concepción fascista del Estado lo abarca todo; fuera de él no pueden
existir, y menos aún valer, valores humanos y espirituales. Entendido de esta
manera, el fascismo es totalitarismo […]. El fascismo, en suma, no solo es un
legislador y fundador de instituciones, sino un educador y un promotor de la
vida espiritual. No intenta meramente remodelar las formas de vida, sino
también su contenido, su carácter y su fe. Para lograr este propósito impone la
disciplina y hace uso de su autoridad, impregnando la mente y rigiendo con
imperio indiscutible […]. El fascismo niega que el número, por el hecho de ser
número, pueda dirigir las sociedades humanas, niega que este número pueda gobernar
gracias a una consulta periódica. Afirma la desigualdad indeleble, fecunda y
bienhechora de los hombres, que no es posible nivelar gracias a un hecho
mecánico y exterior como el sufragio universal. Se puede definir a los
regímenes democráticos como aquellos que dan al pueblo, de tiempo en tiempo, la
ilusión de la soberanía.
BENITO MUSSOLINI, La
doctrina del fascismo, 1932
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