¿Confundiréis dos cualidades tan distintas y casi tan contrarias como la memoria y el entendimiento? ¡Como si la cantidad de cosas mal digeridas y sin ilación con que se llena una cabeza aún flaca, no fuera más perjudicial que beneficiosa a la razón! Confieso que la memoria, entre todas las la facultades del hombre, es la primera que se desarrolla y la más fácil de cultivar en los niños. A vuestro juicio, ¿qué es preferible? ¿Lo que es más fácil de enseñarles, o lo que más les importe conocer?
Fijaos en el uso que se hace en
ellos de semejante facilidad, en la violencia con que se les trata, en el
encogimiento eterno con que se les sujeta para ostentar su memoria, y comparad
la utilidad que sacan de ello con el mal que se les hace sufrir. ¿Cómo?
Obligáis a un niño a estudiar lenguas que no hablará nunca, aun antes de
aprender la suya; le hacéis construir y repetir constantemente versos que no
comprende y cuya armonía se halla, para él, en la punta de los dedos;
introducís la confusión en su espíritu con esos círculos y esferas de que no
tiene la menor idea, asediándole con mil nombres de ciudades y de ríos, que
confunde a cada instante y que vuelve a aprender todos los días. ¿Es así como
ha de cultivarse su memoria en beneficio de su entendimiento? ¿Acaso vale esa
adquisición frívola una sola de las lágrimas que le cuesta?
Si ello no fuera más que inútil,
no me dolería tanto; pero ¿no es peligroso que se enseñe al niño a
vanagloriarse de las palabras, creyendo saber lo que no puede comprender? ¿Es
posible que deje de perjudicar ese cúmulo de cosas a las primeras ideas con que
se debe nutrir su cerebro? ¿Y no sería mejor que se careciera de memoria antes
que llenarla con todo ese fárrago, en perjuicio de los conocimientos necesarios
cuyo lugar ocupa?
Dando al cerebro de los niños esa
flexibilidad que le permite recibir toda clase de impresiones, la naturaleza no
lo hizo para que se grabaran en él nombres de reyes, de fechas, términos heráldicos,
geográficos y multitud de palabras sin sentido para sus años, y sin alguna
utilidad para ninguno, con que se abruma su infancia triste y estéril, sino
para que todas las ideas relativas al estado del hombre, todas las que se
relacionen con su felicidad y le ilustren sobre sus deberes, se graben temprano
en ella en caracteres indelebles, sirviéndole para conducirse, durante su
existencia, de modo adecuado a su ser y a sus facultades.
Rousseau, Julia o la nueva Eloísa
(1761). Garnier Hermanos, París, S. a.
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