La comunicación es la esencia
tanto de la docencia como de la actividad literaria. Afortunado el escritor al
que le gustan las dos cosas, pues ello le salva de la isla desierta en la que
habitualmente nos encontramos, escribiendo mensajes a destinatarios
desconocidos en lugares de cuya existencia no tenemos ni idea, que arrojamos a
las aguas procelosas del océano en botellas con forma de libros. Pero el
profesor-escritor habla directamente a sus lectores potenciales. La clase
seguía siendo probablemente la principal forma de enseñar para mi generación
académica, y en muchos sentidos el profesor se relaciona con un aula llena de
estudiantes como un actor con los rostros ante los cuales recita en el teatro,
excepto en que la luz no se apaga. Tanto ellos como nosotros actuamos, y ellos
son aquellos para los que actuamos. No hay nada como dar clase para damos
cuenta de cuándo estamos perdiendo la atención del público. No obstante, la
tarea del profesor es más difícil, pues éste espera que, cuando se vaya a su
casa, el público se lleve consigo una carga de información y de ideas concretas
que luego deberá recordar y digerir, y no sólo la satisfacción emocional del
momento. Incluso un buen profesor comunica sólo lo que irradia cualquier otra
persona que actúe y tenga una presencia escénica, a saber la proyección de una
personalidad, un temperamento, una imagen, una mente activa: y con un poco de
suerte, quizás haga saltar a su vez una chispa en la imaginación de alguno de
los que le escuchan. A través de la discusión en clase es como determinamos si
realmente hemos comunicado lo que pretendíamos o no. Ése es uno de los motivos
por los que a lo largo de toda mi carrera como profesor universitario, he
preferido los cursos generales que los destinados a especialistas. De hecho, mis
libros sobre historia general o bien han sido fruto de clases para simples estudiantes
o bien, aunque hayan tenido unos orígenes más especializados, han sido ensayados
en mis clases para estudiantes corrientes.
La satisfacción del profesor con
su tarea procede esencialmente de las relaciones que establece con el
individuo, pero los individuos forman sólo una pequeña parte del numeroso conjunto de hombres y mujeres provistos de cuadernos de apuntes que abarrotan
las salas de conferencia.
Hobsbawm, Eric, Años interesantes, una vida en el siglo XX. Crítica, 2003.
Hobsbawm, Eric, Años interesantes, una vida en el siglo XX. Crítica, 2003.
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