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viernes, 1 de agosto de 2014

Eric Hobsbawm. Reflexión sobre la docencia.


La comunicación es la esencia tanto de la docencia como de la actividad literaria. Afortunado el escritor al que le gustan las dos cosas, pues ello le salva de la isla desierta en la que habitualmente nos encontramos, escribiendo mensajes a destinatarios desconocidos en lugares de cuya existencia no tenemos ni idea, que arrojamos a las aguas procelosas del océano en botellas con forma de libros. Pero el profesor-escritor habla directamente a sus lectores potenciales. La clase seguía siendo probablemente la principal forma de enseñar para mi generación académica, y en muchos sentidos el profesor se relaciona con un aula llena de estudiantes como un actor con los rostros ante los cuales recita en el teatro, excepto en que la luz no se apaga. Tanto ellos como nosotros actuamos, y ellos son aquellos para los que actuamos. No hay nada como dar clase para damos cuenta de cuándo estamos perdiendo la atención del público. No obstante, la tarea del profesor es más difícil, pues éste espera que, cuando se vaya a su casa, el público se lleve consigo una carga de información y de ideas concretas que luego deberá recordar y digerir, y no sólo la satisfacción emocional del momento. Incluso un buen profesor comunica sólo lo que irradia cualquier otra persona que actúe y tenga una presencia escénica, a saber la proyección de una personalidad, un temperamento, una imagen, una mente activa: y con un poco de suerte, quizás haga saltar a su vez una chispa en la imaginación de alguno de los que le escuchan. A través de la discusión en clase es como determinamos si realmente hemos comunicado lo que pretendíamos o no. Ése es uno de los motivos por los que a lo largo de toda mi carrera como profesor universitario, he preferido los cursos generales que los destinados a especialistas. De hecho, mis libros sobre historia general o bien han sido fruto de clases para simples estudiantes o bien, aunque hayan tenido unos orígenes más especializados, han sido ensayados en mis clases para estudiantes corrientes.


La satisfacción del profesor con su tarea procede esencialmente de las relaciones que establece con el individuo, pero los individuos forman sólo una pequeña parte del numeroso conjunto de hombres y mujeres provistos de cuadernos de apuntes que abarrotan las salas de conferencia.

Hobsbawm, Eric, Años interesantes, una vida en el siglo XX. Crítica, 2003.